
En caso de que emitan olor deben aumentar la frecuencia de lavado y utilizar calcetines de fibras naturales (algodón o hilo) y calzado de piel o textiles transpirables. En esas edades, no es recomendable el uso de sustancias desodorantes o secantes. Corte el extremo libre de la uña con una tijera, lo más recto posible, y en casos de acceso difícil, puede usar una lima de cartón en sustitución de la tijera.

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Posteriormente, en fase pre-andante y gateo, debemos optar por un calzado ligero con puntera reforzada, muy flexible y que permita libre movimiento de las articulaciones del pie y del tobillo, muy amplio en la zona de los dedos, con un mínimo grosor de la suela, para favorecer la propiocepción, y sin costuras internas. A partir de la deambulación, primeros pasos, el calzado debe contener contrafuerte, sin prolongarse en sentido lateral ni comprometer la inserción del tendón de Aquiles, es decir contrafuerte bajo. Y contemplar siempre las características comunes antes comentadas.
A partir de que el niño adquiere una marcha independiente, y con cierta estabilidad, es cuando se podrían implementar determinados tratamientos ortopodológicos, como los soportes plantares (plantillas personalizas), para casos de patología o alteraciones podológicas de cierta gravedad, y en las que la atención temprana es determinante en la resolución del problema.
En estas edades, alrededor de los dos o tres años, es muy importante que el calzado contenga una plantilla extraíble y esté diseñado a partir de una horma fisiológica para poder implementar estos tratamientos sin necesidad de acudir al calzado ortopédico o a medida; cuyo uso, actualmente, está restringido a deformidades muy complejas y casos concretos. Por supuesto no es una opción acertada usar calzado del hermano mayor o de otro familiar.

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Aunque es posible, y no es indicativo de ningún problema, que se salte alguna de estas fases. Sí es muy importante no usar elementos o ayudas que aceleren la adquisición de la deambulación (por ejemplo, tacatás o artilugios similares). El niño, en condiciones de normalidad, va a andar con cierta independencia entre los 12 y 18 meses, aunque en algunos casos se puede retrasar un poco.
Salvo la presencia de una deformidad clara, del pie o de las piernas, retraso considerable en la adquisición de la marcha o caídas frecuentes, no hay que alarmarse. Ante cualquier duda, siempre podrá consultar a su podólogo.

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Es más importante, en esta etapa temprana, fijarse en otras señales, entre ellas: cansancio al caminar, caídas frecuentes, deformidades del pie o de los dedos y desviaciones de los pies o en la marcha (volcar el pie o caminar hacia adentro o hacia fuera excesivamente).
Un aspecto de pie plano no se refiere, en ningún caso, a una planta invertida o convexa, esto es un signo probable de una patología congénita (que ya aparecen en el nacimiento), denominado pie plano convexo o astrágalo vertical. Ante cualquier duda consulte con su podólogo.

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Para aprovechar toda la información (estímulos) que el niño recibe del entorno a través de sus pies; imprescindible para un adecuado desarrollo, tanto neurológico como del sistema músculo esquelético, y por ende para la adquisición de la marcha.
Calzado, en su concepto clásico, desde que el niño camina, y siempre adecuándose a las características, necesidades y funciones del pie en cada etapa de crecimiento.

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Por ello, como norma, en el calzado infantil no se recomienda, aunque, como he comentado, depende de su grosor, forma y densidad. El término “anatómico” no parece muy correcto en este caso. El pie es una estructura en forma de bóveda que a partir de los 3 años debe empezar a ser evidente en la parte interna.
A medida que el niño crece, aumenta el arco interno y se forma el hueco del “puente”. Éste debe ya observarse con 5 años y debe estabilizarse sobre los 8-10.
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Porque los músculos pequeños del pie y el sistema del equilibrio maduran a medida que el pie y el tobillo se moviliza en todo su rango y recibe los estímulos del suelo, la suela y otros elementos del calzado y del medio exterior.
La fuerza muscular, que irá adquiriendo poco a poco, facilita la correcta formación de la bóveda planta, y una adecuada posición y alineación del talón.
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Además, la horma adecuada debe respetar la alineación longitudinal del pie. En el calzado infantil, se deben evitar hormas curvadas hacia dentro, recurso que se usa en determinados zapatos a nivel estético, pero que puede condicionar, por roce o por presión, lesiones o deformidades de los dedos.
Tampoco son recomendables, en ningún caso, hormas invertidas (curva hacia afuera).

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Desde los cuatro o cinco años y en pre adolescentes en adelante es siempre beneficioso la práctica de cualquier actividad deportiva, si es reglada y con la dirección de profesionales del ámbito deportivo mucho mejor.
En caso de patologías en los pies y con frecuencia de manera coadyuvante al tratamiento con plantillas personalizadas, es posible que su podólogo le recomiende una actividad deportiva concreta o ejercicios para potenciar o mejorar determinados grupos musculares.

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